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Guillaume Apollinaire

Guillaume Apollinaire

El 26 de agosto de 1880, en Roma (Italia), nació Wilhem Apollinaris de Kostrowitzky, luego más conocido como Guillaume Appollinaire. Su padre era italiano y se ha reiterado que en el acta de nacimiento está anotado sólo el apellido de su madre que era rusa, descendiente de una familia oriunda del Castillo de Wawel, en Cracovia -en la Polonia austríaca- y también se ha destacado que su abuelo era militar. Su madre viajaba con frecuencia: lo bautizaron en la Basílica de San Pedro, después vivieron en Mónaco -donde Apollinaire fue pupilo en el Colegio de San Carlos?, allí recibió la Primera Comunión y la Confirmación y de ese tiempo han quedado señales en el poema Zona, de Alcoholes. Luego la familia se trasladó a Cannes y Niza donde los adolescentes siguieron estudiando, en una época en que entre los franceses había vestigios ?los últimos rencores del antisemitismo que despertó el Proceso Dreyfus a fines del siglo precedente?, tal como se sigue rememorando desde internet a principios del tercer milenio. Inicios en el rumbo literario.... Empezó a escribir versos a los trece años (difundiéndolos con el seudónimo Guillermo Macabro? y se ha comprobado que algunos poemas suyos fueron firmados por Wilhelm Kostrowitzky. Durante su adolescencia se acentuó su tendencia a los viajes y estuvo en París en 1898, con dificultades para mantenerse pero sin declinar en su creciente tendencia a la lectura y a la escritura. Cuatro años después, estuvo en Bohemia y comenzó el cuento El pasante de Praga. Algunas anécdotas indican que en ese peregrinaje, ?a pie y sin dinero?, mientras estuvo en Praga durante dos días sólo se alimentó con aromático queso camembert... Siguió su camino hacia Walonia, Renania y Baviera, logró trabajar como preceptor y con esos escasos recursos mejoró su situación. En el Parnaso Sopena destacan que fue ?preceptor de una familia francesa, que poseía grandes propiedades en Renania, pasó a París donde vivió gracias a modestos empleos y escribiendo en francés. Aunque extranjero, se alistó en el ejército francés al estallar la primera guerra mundial en la que fue herido varias veces sucumbiendo a la epidemia de gripe infecciosa de 1918.? Ed. 1972, p. 45 Sabido es que colaboró en diarios y en revistas, se desempeñó como secretario en la redacción de Verso y Prosa y usó el seudónimo ?Luisa Lallane? en los poemas y crítica literaria en ?Los márgenes?. Riesgos por excesiva generosidad... Se distinguía por su generosidad y así fue como creyendo encontrar ?amigos? compartía riesgosas relaciones y tanto fue así que llegó a proteger alojándolo en su casa, a un pícaro belga que aparentaba ser ?un literato? y que era un tal Géry-Péret que si para algo perdurable sirvió, evidentemente ha sido para que Apollinaire creara el personaje del heroico Ignacio de Ormessan, protagonista en seis cuentos de Heresiarca y Cía., reveladores del talento y misticismo de Apollinaire. Varias anécdotas recuerdan al bribón belga que era casi el secretario del poeta en marzo de 1907 y todo un ladronzuelo porque robó dos estatuillas fenicias del Museo de Louvre vendiéndolas a un pintor amigo de su tolerante protector, que en vano había insistido en que las devolviera. En esa situación límite, Apollinaire despidió al secretario y como solía ?y suele- suceder, el europeo decidió embarcarse hacia América, casi otra enorme arca donde se refugiaban los que estaban a punto de hundirse definitivamente en océanos de pobreza o de miseria. En la primavera de cuatro años después, reapareció y una vez más, conmovió al poeta hasta que le permitió que viviera en su casa, ayudándole en algunos quehaceres domésticos y copiando sus manuscritos mientras imaginaba nuevos robos. Al enterarse Apollinaire que la próxima víctima sería un vecino, con lo cual quedaba demostrado que su compañero de ruta era un ladrón incorregible. Enseguida le pidió que se fuera y no fue por casualidad que al día siguiente ?21 de agosto de 1911-, se robara La Gioconda y durante esa semana, no se supiera en qué lugar estaba el belga... Transcurridos ocho días, volvió Péret -o Piéret- aparentemente arrepentido hasta la casa de Apollinaire y sólo lo protegió durante una semana porque optó por pagarle el viaje a Marsella dándole ciento cincuenta francos para la subsistencia porque si como tanto se ha reiterado: ?Dime con quién andas y te diré quién eres?, ya algunos conocidos estaban dudando también del poeta. Así fue como se terminó aquella conflictiva relación, y recién en la década siguiente se comentó que el robador belga estaba en Egipto y evidentemente ya no le interesaba tanto el robo de objetos de arte, más bien necesitaba de los sujetos del arte de vivir y convivir, ya que era ?según se ha reiterado- algo así como el Sumo Pontífice se una secta fundada por él para acaparar espiritualmente a las personas mediante discursos donde asomaban ritos masones y favores del ejército de Salvación... Lo sorprendente en esta historia del arte de disimular, es que desde un principio parecía ser que Pablo Picasso había comprado las estatuillas sin saber que eran robadas, pero lo concreto es que las tuvo cerca suyo reconociendo que lo inspiraban para sus nuevas obras hasta que al producirse el 21 de agosto de 1911 el robo de la Gioconda -la Monalisa-, otra vez hubo sospechas y al intervenir la Justicia, fue entonces cuando Apollinaire decidió entregarlas a través del ?París Journal?, motivo suficiente para quedar involucrado en la causa judicial acusado de encubrimiento y de complicidad. Enseguida fue citado Picasso y tras declarar ante la Justicia en París, los dos quedaron ?libres de culpa y cargo?. En esas circunstancias, el audaz Géry Piéret ?o Péret-, manifestaba ante periodistas: ?...robo en el Louvre todo lo que me parece bien?... (¿Podría suceder algo parecido en la zona litoral?... No se escuchan las respuestas... Todo está en orden... también los calcos...) Más viajes, más escritos, más ediciones... Apollinaire siguió viajando y escribiendo, seguía alerta observando las manifestaciones del movimiento futurista que se había iniciado en 1909, en sus neuronas se articulaban imágenes, se conectaban conocimientos y se generaban nuevas percepciones que iban integrándose en La antitradición. En 1912 se alejó de Auteuil y al año siguiente pudo editar ese trabajo, precisamente cuando ya había logrado la mayor síntesis poética en una aproximación al estilo japonés haikú -o hai-kai-, tal como lo demostró en su libro El Bestiario o Cortejo de Orfeo ilustrado con armoniosos grabados en madera del pintor francés Raúl Dufy. No estuvieron cerca del río Paraná, personalmente, ni ese poeta ni aquel pintor, pero han llegado los dos hasta el ánimo de los argentinos que pudieron leer algunos de esos libros o contemplar los cuadros de Dufy -el fauvista- expuestos en el Museo ?Rosa Galisteo de Rodríguez? junto a los de Enrique Mattise por iniciativa de la Secretaría de Cultura de Francia y convenio de las autoridades del Proceso (marzo 1976-diciembre 1983). En aquella circunstancia, una vez más se confirmaba que la Argentina es algo así como El País de los Contrastes, tal como dicen en la Cofradía de los Duendes que ambulan po

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