La librería de tu barrio

Cierta vez el poeta chileno Diego Maquieira supo decir que los poetas escriben para las estrellas mientras que los novelistas lo hacen para el mercado. Si algo hay de verdad en esta aforística declaración, y si hemos de tomarla al pie de la letra como quien se hace eco de alguien que intenta recuperar afectadamente ciertos gestos de la puerilidad a la hora de hacer una declaración provocadora, podríamos decir que el nuevo libro de Mariano Dupont, Ruidos, ha sido escrito para las estrellas, pero como quien de antemano sabe que escribe signado por un destino inalcanzable, ya que Ruidos es ante todo un libro, y aquí debemos declarar la imposibilidad de llamar a esta obra una novela, que simula tener entre sus dos tapas una novela. Dos opciones: no sabemos si Ruidos es el libro de un poeta que fracasa al creer ser un novelista, como si intentara demostrarnos que puede construir ese artefacto que le deparará la fama, o si este poeta, al enfrentarse con dicha imposibilidad, no pudo sino intentar sortear los detritos de la novela ya disuelta por ciertas poéticas de los confines a los que responde con su propio furioso zig zag, rechazando el tono almibarado y calificado con el que ciertos novelistas buscan aún hoy hacernos creer que se logra el estilo perfecto luego de hacer pasar a la poesía por el tamiz de la novela y a la novela por el tamiz de la poesía. Ruidos es la performance salvaje de un texto en el que cada momento mutila el que vendrá, de antemano, construyendo una partitura con su sintaxis expresionista, acercándolo a la música concreta con un uso excesivo y violento de la puntuación donde reverbera más el trepidar de un Céline minimalista o la escasez de los Textos para nada de Beckett. Nada en el texto de Dupont aporta seguridad, no hay una etiqueta patológica que nos permita encasillar a esa voz que habla y habla en una habitación y se repite y divaga en círculos espiralados resistiéndose a construir un personaje; porque la voz que ha encontrado Dupont, casi una forma sonora de esas figuras semidesnudas, solas, que Roger Bacon pintó en el umbral pictórico que se diluye entre lo habitable y lo inhabitable, se debate en todo momento ante la abismal imposibilidad de poder decidir ser o bien Joyce, o bien su hija, es decir, o bien un hábil nadador o alguien que se ahoga en el mundo del lenguaje vuelto mercancía. Porque en cada línea de Ruidos todo ha perdido definitivamente, si es que alguna vez lo tuvo, si es que esta voz tuvo un pasado, si es que esta voz puede decir algo llamado verdad, la posibilidad de comunicar, de corresponder con la laguna de la realidad, manteniendo complejamente vivo el ruido como la sofisticación última del lenguaje contemporáneo, reformulando así ciertas búsquedas modernistas que colocaban a la música como máxima abstracción, pero esta vez junto a las reflexiones de la metaficción. Germán Scalona

Envíos gratis A TODA ARGENTINA en compras a partir de $AR 5000.-