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"¿Qué epílogo pudo nunca compararse al encuentro del final de la "Ilíada"?" se preguntaba el retórico Quintiliano, recordando el diálogo de los dos reyes enemigos, que evocan a sus seres más queridos, muertos en Troya, y uno frente a otro sollozan. Menos patético, pero no menos emotivo, es el coloquio del escurridizo rey de Ítaca, disfrazado de mendigo, con el hospitalario y leal guardián de sus cerdos, Eumeo, en la oscura cabaña, a salvo de la noche y el frío, escena de sutil ironía en la isla odiseica. Tampoco el diálogo trágico entre Áyax, el gran héroe obstinado, que anhela la muerte, y su amante cautiva, que con todo su amor quiere detener su suicidio, merece el olvido. En contraste con ese encuentro sin esperanza, cabe evocar otro muy distinto: la primera cita y el diálogo apasionado de dos jóvenes amantes, un héroe aventurero y una princesa hechicera, en un santuario del bosque, una escena de oscuro trasfondo y hondo erotismo en la epopeya de las "Argonáuticas". Para concluir, dos textos novelescos. Uno, un teatral encuentro en la corte de Babilonia, sacado de la primera novela del mundo griego, con intrigante final, un preludio de los trucos afortunados del futuro folletín romántico. Por último, un raro momento mítico, inventado por un autor más tardío: el encuentro del gran Alejandro con los árboles proféticos del Sol y la Luna. El conquistador del mundo se topa con la noticia fatal que, en un confín del Asia, emiten los prodigiosos profetas, la muerte, por más que corra, le aguarda ya en Babilonia. Seis escenas para no olvidar.

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