En 1994 Martín Caparrós quería recorrer la India: no encontró mejor excusa que ir para contar las andanzas de Sri Satya Sai Baba, un santón que se presentaba como un dios y había convencido de que lo era a muchos miles de fieles que llegaban a su ashram desde todos los rincones de la tierra. Dios mío es, entonces, la mezcla picante entre el materialismo ramplón de la vida espiritual y el placer y la aventura de un viaje por uno de los países más fascinantes, la mirada en cada recoveco, la intención de entender qué es real y qué falso entre todos esos lugares comunes que le atribuimos. Pleno de un humor raro, el libro cuenta la India y, al mismo tiempo, reflexiona sobre la religión, sus engaños, sus beneficios y maleficios múltiples. Aunque en estos temas nunca hay que creer al autor, Caparrós suele decir que es una de sus mejores crónicas.